El jugador del partido

Hay quien dice que es el mejor de México; por el contrario hay quien se opone y piensa que no pesa y que, aunque haya estado presente en todos los minutos de todos los partidos de los últimos años, juega en contra de los propios Tigres, pero nadie me puede decir que no fue el héroe de la hazaña del sábado.

Según cuentan leyendas urbanas, los tecolotes son representaciones emplumadas de las propias brujas y el sábado, en su día, parecían estar de fiesta. Y es que para estar ad hoc con las festividades, los mismísimos Tecos (disfrazados de Estudiantes) se plantaron en el estadio Universitario para sembrar terror en el rival y, por medio de algún extraño hechizo, sacar el alma de cada uno de los 11 oponentes.

Así se veía cuando a las 19:49, la pantalla gigante parecía enfriar aún más el ambiente, recordando el marcador al medio tiempo. Fue ahí cuando apareció el jugador de la noche.

Esta vez, pese a tener un desempeño muy pobre durante los primeros 45 minutos, los jugadores Tigres no escucharon la tradicional “música de viento”. Uno por uno, los jugadores fueron bajando a su banca entre aplausos y ánimos de la gente que, contrario a otras ocasiones, estaba demostrando que estaban con ellos y que tenían la confianza de que se iba a sacar adelante el juego.

Para el segundo tiempo aquello era memorable, ¿la reacción más grande que ha tenido Tigres? Seguramente si hubiera visto el encuentro por la tele y sin volumen diría que no, pues ni la actitud, ni la estrategia, ni las oportunidades cambiaron en el esquema de Tigres para el segundo tiempo; pero en el estadio la cosa era diferente, no había una sola alma que no estuviera segura de que Tigres había mejorado infinitamente y que el resultado se podía revertir. Los minutos pasaron y las llegadas mas peligrosas seguían siendo las de Rodrigo Ruiz, quien pudo romper cuanta cintura se le puso enfrente, pero jamás el ánimo de la gente.

En un segundo tiempo digno de la 3era fuerza de la liga llanera más recóndita de Santa Catarina, los Tigres se acercaron en el marcador en medio de un polémico “tira, tira”; el estadio se quería caer, los gritos, que en esta ocasión no fueron exclusivos de la barra, hacían estremecer a más de uno y convertían el juego aburrido y sin profundidad que estábamos viendo, en un falso dominio abrumador sobre el arco de Rodríguez. El mejor jugador de la cancha pudo al fin, ser partícipe directo del marcador, y es que después de motivar (en 2 ocasiones) a Cirilo para ir al frente, los gritos hicieron que las temblorosas piernas del guardameta rival lo obligaran a cometer aquel error para que, el más digno representante de la afición en la cancha (de acuerdo a la garra y entusiasmo mostrado), pudiera empujar la pelota al fondo de las redes, para la algarabía de todos los presentes.

El marcador fue doblemente injusto, deportivamente Miguel Herrera y compañía merecían más que el empate; pero en las tribunas no merecían menos que una goleada al rival. Hoy no aparece en los diarios como jugador de la jornada, ni el que metió gol, ni siquiera en alguna jugada clave del partido, pero quienes estuvimos ahí sabemos, que el resultado se hubiera convertido en una catástrofe si no fuera por su oportuna intervención.

¡Gracias afición felina!